Por Graciela M. Fernández / Laura A. Soto
Cuando Graciela me mostró las figuritas con brillantina que guardó durante tantos años, un vuelco me dió en el corazón, una seguidilla de imágenes y sensaciones aceleradas.
Fuí arrojada a momento exacto donde debí tomar la primera decisión importante en mi vida. Coleccionaba figuritas, como muchos de mis amigos (de fútbol, de personajes de cuentos, incluso didácticas que usábamos en los cuadernos de clase). Compraba sólo dos paquetes por semana, lo cual hacía altamente improbable que algún día pudiera llenar mi álbum completamente y ganar el premio. Tanto que no recuerdo cuál era, pues no me permitía siquiera soñar con esa posibilidad.
De unas 300 figuritas, sólo tenía unas 30 y algunas repetidas, que podían servir para intercambiar por otras e ir completándolo.
Graciela conserva un sobre tal como venían envueltas las figuritas, casi siempre de a 5.
Un extraño día, al abrir mi par de paquetes de la semana, cuál no fue mi sorpresa al descubrir que tenía la más preciada, buscada, anhelada y esperada de las figuritas, "Rosablanca". Una conmoción se desató entre mis compañeras. Tenía la difícil.
No sé qué ha sido de esa figurita, perdida entre mudanzas, crecimiento, saltar etapas. Pero he conservado el mismo espíritu para tomar decisiones en la vida. Si me toca la figurita difícil la conservo y la disfruto, y la verdad es que mirando para atrás tengo muchas de esas guardadas en mi corazón. Diciédome, me la merezco, ¿y por qué no? , ¿Es suerte? No lo creo. Espero lo mejor y llega, ese es el secreto.
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