El sacerdote de las manos milagrosas



Por Graciela M Fernández




La gran mayoría de los que tenemos más de cincuenta años, en algún momento escuchamos hablar de este cura milagroso, el que sanaba con las manos.

Cuando el Padre Mario Pantaleo, decidió viajar a Argentina, su maestro el Padre Pío, lo despidió con estas palabras “ve hijo mío y que Dios, te ilumine, para cumplir tu destino de gloria y de cruz, porque tú también sufrirás, como yo, por la intolerancia, la envidia y la incomprensión de la gente, pero ofrécele ese cáliz al Señor y prosigue tu camino”. El 4 de Marzo de 1948 el Padre Mario, desembarcó en el Puerto de Buenos Aires.

Es conocido como el sacerdote de las manos milagrosas. Su vida comenzó un primero de agosto de 1915, en Pistoia, la ciudad de Toscana, Italia. Vivía con su familia en una hermosa casona, pero los efectos provocados por la Segunda Guerra Mundial, hicieron que se les terminara la vida apacible y cómoda que llevaba hasta ese momento.



Marío, era un niño pequeño cuando finalizó la primera guerra mundial. Una etapa de tristeza y de pérdidas irreparables quedaba atrás. De repente, algo muy grave ocurre con la salud de este hijo menor, una neumonía pone en peligro su vida. La madre, lo cuidó atentamente y no se movía de al lado de su cama, todas las noches le cantaba canciones de cuna, para suavizar el sufrimiento. Cuando creían que todo estaba perdido, que había llegado su fin, apareció una luz sobre la cabeza del niño, en su frente la madre vio la imagen de Santa Teresita, comenzó en ese momento el primer milagro.




En agradecimiento a Dios, por salvar su vida, el padre lo estimuló para que ingresara al seminario. ,Mario, aceptó sin ningún inconveniente. Era su vocación.

Allí conoció al Padre Pío, el famoso sacerdote capuchino que se transformó en mito por practicar el arte de la sanación.. A Mario Pantaleo, le despertaba una enorme intriga. Aprendió mucho de él, como por ejemplo los métodos que utilizaba para visualizar enfermedades o sucesos futuros.




En Argentina, necesitaban sacerdotes. Mario Pantaleo, sintió curiosidad por este país lejano. Cuando desembarcó en el Puerto de Buenos Aires, todos sus sueños estaban por cumplirse. Su objetivo era ayudar a los más necesitados.

Ayudar era su pasión

No fueron fáciles los primeros años. A lo largo de su peregrinar, definió su destino. Contaba con muy pocos ahorros, que solo le alcanzaron para comprar un terreno en una zona marginal de Buenos Aires, González Catán, primero construyó su casa, con los años, logró mucho más que eso. Hasta que la vivienda se terminó, residió en el sótano de un hospital donde trabajaba.

Así como tenía seguidores y creyentes muy fieles, también muchos eclesiásticos que se oponían a la actividad sanadora. Habían amenazado con no darle la incardinación (permiso para trasladarlo y dar misa), sabiendo que era lo peor que le podían hacer a un sacerdote.

A pesar de su enorme preocupación no se detenía, seguía atendiendo a la gente que padecía algún dolor físico o espiritual.

El 8 de diciembre de 1975 y luego de un enorme sacrificio, inauguró su iglesia, que llevaría el nombre de Cristo Caminante. Estaba convencido que los sacerdotes no podían limitarse a celebrar misa, por este motivo el 18 de agosto de 1978 constituyó legalmente la Fundación, expresando su alegría con estas palabras “Ellos son los hijos de Dios, disciplinados o descarriados, nunca dejamos de amar a nuestros hijos”.




Un barrio, muchas vidas

En la ruta 3 kilómetro 31, en medio de un barrio marginal, está la imponente obra del padre Mario Pantaleo. Toda la construcción está rodeada de una pobreza extrema, donde los milagros no alcanzaban para pelearla, pero su palabras eran un alivio en los corazones de quienes viven allí. Muchos años compartió con estos habitantes dolores y entusiasmo, hizo todo lo que estaba a su alcance para ayudarlos. Junto con sus colaboradores, dieron de comer a los que tenían hambre, sanaron a los enfermos y vistieron a los que tenían frío.






Con su carisma y trabajo incansable, logró la ayuda de artistas, políticos y empresarios. Decía que ni un centavo de lo recaudado le pertenecía “el dinero no es mío, es de Dios, y mi obligación es volcarlo a su obra, yo soy tan solo, una herramienta que él utiliza y debo cumplir con mi trabajo”.

Los Milagros sï existían

Las personas que lo conocieron y tuvieron la oportunidad de sanar gracias a sus poderes, aseguran que era un sacerdote piadoso, capaz de reconfortar el corazón de la gente. Había conseguido de Dios , la resignación de la enfermedad, o la mejoría temporaria, mediante la oración o la imposición de las manos. Muchos testimonios contaron su experiencia, pero hubo uno que lo acompañó para siempre, Perla, quien fue en busca de su ayuda, estaba enferma y le aconsejaron consultar al padre Mario, llegar a él, no era fácil, porque “avanzaba paciente por paciente. Apenas los miraba a la cara, ponía las manos en el lugar afectado y decía algunas palabras. Cuando llegó a mi, sin decir nada, puso la mano en mi vientre y allí se quedó un instante sin mirarme. De pronto yo sentí que la hemorragia se detenía como por arte de magia”. Así comenzó la relación de amistad que acompañó y ayudó al padre Mario, hasta el día de su muerte.

Cuando el famoso cura milagroso enfermó dejó por escrito que lo enterraran en González Catán, bajo la imagen de la Virgen de las Mercedes. Era el lugar que más amaba. “Allí está mi gente, mi tierra, mi iglesia y mis ilusiones”. Los sueños traídos en aquella pequeña valija, que lo acompañaron en el largo viaje por el océano, se habían cumplido.

Falleció el 19 de Agosto de 1992. Con la muerte del Padre Mario, mucha gente no encontraba consuelo. Quizás pensaban que podía ser eterno, ël que siempre se había dedicado a salvar vidas ajenas, no podía morirse. Una sensación de desamparo empezó a circular por las calles y por las vidas de sus fieles seguidores.



Hoy descansa en el lugar que él deseaba y sigue recibiendo fieles, que tienen la posibilidad de leer las últimas palabras pronunciadas “al principio se van a quedar solos, pero después la gente llegará de a miles”.











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