Un inmigrante italiano

Por Graciela Fernández


Era un día muy soleado cuando Francisco, con lágrimas en los ojos, se despidió de su familia, de todos, esposa, sus tres hijos, la madre, el padre y tres hermanos, había decidido partir para América, la tierra prometida.

Las secuelas de la primera guerra mundial, calaron muy hondo en esta familia, que hasta ese momento vivían tranquilos, trabajando el campo, cultivando frutos, en un pueblo rural en San Lucido, provincia de Cosenza, región de Calabria, Italia. Pero esa paz se terminó con la confrontación bélica, (centrada en Europa que empezó el 28 de julio de 1914 y finalizó el 11 de noviembre de 1918, cuando Alemania, aceptó las condiciones del armisticio) todos los hijos varones de la familia, fueron convocados y su hermano mayor, no volvió porque murió luchando, sus padres nunca más recuperaron la sonrisa. Francisco, como resultado del cansancio, el dolor por la pérdida y el temor que sus hijos se quedaran sin padre, decidió esconderse en un pozo y hacerse desertor. Aún finalizada la guerra, la vida para los prófugos no era sencilla. En medio de un régimen fascista, que cada día sumaba más poder, tuvo la posibilidad de subir a un barco , que partió del puerto de Génova, hacia el granero del mundo.

Luego de veinticinco días de viaje por el Océano Atlántico, donde atravesó todo tipo de experiencias, llegó al puerto de Buenos Aires, consiguió una vivienda en Avellaneda, un barrio del conurbano, muy cercano a la ciudad. Inmediatamente empezó a trabajar en el Ferrocarril Roca, estaba muy feliz, comenzaba a sentir que todo podía ser posible, entonces decidió escribir a su familia, para que viajaran: a su esposa, de veintinueve años, su hijo adoptado en Calabria, Aquiles, de ocho y dos pequeños más Domingo de seis, Emilia, que cumplió su primer año el 30 de enero de 1927 arriba del barco y el tío Luis Molinaro, que los acompañaba, era uno de sus hermanos, todos subieron al barco denominado Florida, para llegar al puerto de Buenos Aires, en Argentina.

En este país, se desarrolló la vida de esta familia, como la de tantos otros inmigrantes, con la tristeza de tener la obligación de dejar su tierra y la alegría que otra los cobije y les brinde lo necesario, para vivir en forma digna, trabajando incansablemente.

Con el paso de los años y la muerte de sus padres, mandó a llamar a todos sus hermanos con sus respectivas familias, de esta manera logró reunirlos nuevamente, pero en la Argentina. Nunca más volvieron a Italia, hasta que en el año 2018 una de sus bisnietas, con una amiga, estuvo en San Lúcido, y logró traer el mejor regalo para una familia de hijos de inmigrantes, la foto de la casa donde habían vivido los Molinaro.


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