Por Graciela M Fernández
Hace más de diez años, paseando por San Telmo, me quedé petrificada mirando al organillero. Inmediatamente recordé mi infancia, cuando iba a la plaza y me gustaba su magia.
Este instrumento portátil que quienes lo manejaban eran apasionados, reproducía melodías, rotando una manivela, y comenzaba a oírse un tango, vals o una copla.
En Buenos Aires, no abundaban pero había algunos muy fanáticos que difundían el tango a fines del siglo XIX y principios del XX, popularizándolo.
Mucha gente los buscaba porque no solo llegaban a los barrios con su música, sino que también predecían la suerte y esta estaba en el pico de la cotorrita, sacando un papelito de un cajòn cuando se le abría la puertita, a cambio de una moneda.
Además de los tangos tradicionales como el último organito, de Homero Manzi, organito arrabalero de Ernesto Baffa y otros tangos muy tradicionales, el más solicitado era Cotorrita de la suerte de Alfredo De Franco en la música y letra de José de Grandis.
Era tan mágico, cálido y entretenido que quedó en el recuerdo de quienes pudimos disfrutarlo.
La letra del tango Cotorrita de la Suerte dice así:
¡Como tose la obrerita por las noches!
Tose y sufre por el cruel presentimiento
de su vida que se extingue y el tormento
no abandona su tierno corazón;
la obrerita juguetona, pizpireta,
la que diera a su casita la alegría,
la que vive largas horas de agonía
porque sabe que a su mal no hay salvación
Pasa un hombre quien pregona:
“¡Cotorrita de la suerte!
Augura la vida o muerte.
¿Quiere su suerte probar?”
La obrerita se resiste
por la duda, temerosa,
y un papel de color rosa
la cotorra va a sacar.
Al leerlo su mirada se animaba
Y temblando ante la dicha prometida
tan alegre leyó: un novio, larga vida…
Y un sollozo en su garganta reprimió.
Desde entonces deslizáronse sus días
Esperando al bien amado ansiosamente
Y la tarde en que moría, tristemente,
Pregunto a su mamita: ¿no llegó?
Cuanta alegría rodeaba a los llamados organilleros, a pesar de las melancólicas letras de los tangos.
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